Acabar
con los mitos acerca de la conciencia de los derechos humanos
El
apoyo público generalizado para los derechos humanos es un frente falso: no se
trata de un movimiento masivo sino de un rebaño unido débilmente. Una
contribución al debate
Hay
un conjunto de mitos en torno a los debates sobre la opinión pública y la promoción
de derechos humanos que necesitan con urgencia ser derribados; o al menos
requieren una explicación honesta. Los defensores de los derechos humanos
idolatran la “concientización” como si por sí sola tuviera un efecto mágico
para detener los abusos, y estos mitos dan forma a los proyectos
que recopilan datos sobre la percepción pública y respaldan las
propuestas
de estrategias eficaces de encuadre.
Pero
la
educación
no es una panacea para la represión y la desigualdad. La difusión de los abusos
es necesaria, pero no es suficiente para protegerse de ellos. Por ejemplo,
existen muchos casos recientes de violaciones
de derechos humanos cometidas a la vista de todos, con pruebas
fotográficas,
lo que es un fuerte indicio de que el poder de atestiguar simplemente no es
suficiente para detener los abusos. Este dogma fue lo que impulsó a la
Coalición Save Darfur (Salvemos a Darfur) a estampar lemas sobre el genocidio
en pegatinas y camisetas y llevó a que Invisible Children (Niños Invisibles) tratara de hacer famoso a
Joseph Kony.
Asimismo, si los datos muestran que hay apoyo público positivo para los
derechos humanos, esa información solamente es útil si la opinión pública se
lleva a la práctica de manera eficaz. Pensar, saber y ver es muy distinto que
actuar, y asumir que existe un detonante causal natural es un cliché
peligrosamente común.
Una
fe determinada motiva el deseo de difundir el evangelio de los derechos humanos
para que sea parte del criterio
dominante.
Después de todo, lo que alguna vez perteneció exclusivamente al ámbito de los revolucionarios, los abogados y
los diplomáticos, ahora es una lengua vernácula mundial para hablar de justicia
y libertad: un cambio tremendo que claramente se debe al trabajo de las ONG
transnacionales de derechos humanos. No es casualidad que el público en general
tenga una opinión sobre los derechos humanos. Los defensores de derechos
trabajan con tenacidad para que la gente común conozca el marco de derechos
humanos, y así construir una base dentro de la sociedad civil desde la cual
operar. Pero ¿en qué beneficia esto a la causa de los derechos humanos?
Dos
argumentos ayudan a explicar el poder de la opinión pública para los derechos
humanos: el presunto papel de los mecanismos culturales y el de los
coercitivos. Los argumentos culturales se basan en el supuesto de que entre más
consciente esté el público de los derechos humanos, tendrá menos probabilidades
de tolerar las violaciones, y será menos probable que los Estados las cometan.
Las tácticas de nombrar y avergonzar ilustran lo anterior: entre más profunda
sea la difusión de las normas, más fuerte será la influencia de los defensores.
La transformación de las actitudes culturales hacia los derechos humanos tiene
el objetivo de causar efectos políticos indirectos, pero cambiar las normas
toma mucho tiempo.
El
apoyo masivo a los derechos humanos, por otra parte, puede equipar a las
organizaciones de promoción con herramientas coercitivas para desplegar en la
práctica, es decir los nombres y los cuerpos de sus partidarios. Convertir la
opinión popular en un compromiso masivo con los derechos humanos es la
verdadera tarea de las ONG. La
redacción de cartas de Acción Urgente, por ejemplo, se basa en la noción de
que la unión hace la fuerza. Entre más cartas se escriban a favor de una presa
política, mayor será la probabilidad de lograr su liberación. Lo mismo ocurre
en cuanto a las llamadas de teléfono a los funcionarios electos, las firmas en
una petición y los participantes en una manifestación. Mediante la aplicación
de presión política directa sobre los violadores, al elevar los costos de la
inacción, el apoyo público puede expresar sus características más prometedoras.
Los números importan si suponen una amenaza creíble de alteración, como en las
huelgas generales o las marchas obstruccionistas. Si la amenaza no existe,
simplemente son números en una página.
Pero
esto no parece ser tremendamente importante para muchos grupos de promoción,
buena parte de los cuales se enfoca cada vez más a hacerse notar a través de
medios nuevos y tradicionales, como un sustituto de la acción directa. El
énfasis en la publicidad y las redes sociales como plataformas de mensajes para
las campañas de derechos humanos refleja una compulsión de reunir seguidores,
visitas y likes. El apoyo público generalizado para los derechos humanos a
menudo es una bandera falsa: un señuelo que representa un movimiento de masas
cuando en realidad solo existe un rebaño unido débilmente. Cuando lo más
efectivo sería la acción colectiva, solamente podemos reunir los actos
insignificantes de individuos atomizados.
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Shutterstock/Twinsterphoto (All rights reserved)
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Many
advocacy groups, portraying a compulsion to gather followers, hits and likes,
are increasingly geared towards generating buzz through traditional and new
media as a substitute for direct action.
Las
ONG animan a sus seguidores a que se sientan parte de algo, para vender la
imagen de un movimiento democrático, de bases populares. Sin embargo, Ken
Roth
de Human Rights Watch sugiere que esta falta de acción colectiva es por diseño
y no por defecto. Sostiene que las élites son los principales objetivos del
activismo de derechos humanos y que las ONG no deberían molestarse en
“construir un movimiento de masas” debido a las limitaciones de recursos. Dada
la enorme actividad que Human Rights Watch y muchas otras organizaciones
dedican a cultivar audiencias para los contenidos de derechos humanos, parece algo
extraño hacer ese comentario. En ese caso, ¿cuál es la función de los millones
de seguidores en las cuentas de Facebook, Twitter, YouTube o Instagram de HRW?
Aquí
es donde realmente importa la diferencia entre la concientización y la
movilización masiva. Después de todo, la difusión es una estrategia clave de
muchas ONG destacadas de derechos humanos, como Amnistía
Internacional,
Médicos
Sin Fronteras,
United
to End Genocide
(Unidos para detener el genocidio), Enough Project (Proyecto
¡Basta!), Invisible
Children
y Oxfam. Human Rights
Watch, de hecho, pide una “membresía”. Pero no se
refiere a “miembros” en ningún sentido significativo. Lo que realmente quiere
decir es “donantes”. Y esto no es una gran sorpresa. Las ONG necesitan dinero
para funcionar, y los donantes individuales son una importante fuente de
ingresos. Así que, si realmente no están construyendo un movimiento de masas, y
en realidad solo quieren donantes en vez de emprendedores, ¿para qué molestarse
siquiera en hablar en términos de membresía?
Por
lo visto, la apariencia de contar con apoyo público es tremendamente
importante, incluso para las ONG orientadas exclusivamente hacia el activismo
de élites. Las ONG animan a sus seguidores a que se sientan parte de algo, para
vender la imagen de un movimiento democrático, de bases populares. La opinión
popular, entonces, ofrece a los activistas un barniz a partir del cual pueden
operar y que pueden usar como palanca en sus discusiones con las élites: es un
sustituto de un movimiento real. Las actitudes del público pueden indicar el
número de miembros y demostrar a cuántas personas “les importan” los derechos
humanos. Es posible que exista una fuerte correlación entre las cifras de
recaudación y la opinión pública, pero debemos tener cuidado con las
conclusiones que derivamos. El dinero ayuda a que las ONG lleven a cabo
políticas coercitivas, pero no hay que exagerar el grado en que la opinión
popular es algo más que un gesto simbólico sobre la aceptación de las normas de
derechos humanos.
La
opinión pública es un reflejo de la fortaleza y la viabilidad de las normas de
derechos humanos si sus defensores trabajan al servicio de la dignidad. Las
actitudes populares sobre los derechos humanos no se corresponden necesariamente
con la presión para el cambio político. Este mito no es algo que se pueda
asumir inmediatamente, ni debe guiar los esfuerzos de promoción por su cuenta.
La creación de conciencia en el pensamiento dominante debe considerarse útil
solo si se combina con el aparato adecuado para hacer realidad los objetivos de
derechos humanos.
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